A Alberto Núñez Feijóo le conviene que haya amnistía a largo plazo. Quién sabe si el líder del Partido Popular no es ya consciente de que las heridas en Cataluña, cuyo máximo exponente es Vox, son el motivo de su investidura fracasada. No es casual que Feijóo se deshiciera en guiños al PNV o a Junts, asumiendo que son los votos que le faltaban para llegar a La Moncloa. Algo se mueve en la cosmovisión de la derecha, vista la vehemencia con que Feijóo espetó a EH Bildu eso de “ustedes no son ni Junts, ni ERC, ni el BNG. Ustedes son otra cosa”.
Fue la sutil estocada que Feijóo propinó a la corriente ideológica del ayusismo-aznarismo, al distinguir el soberanismo de ERC o del partido de Carles Puigdemont frente al espacio de la izquierda abertzale. Es decir, asumiendo que jamás podrá legitimar acercarse a unos socios, pero a otros sí, o tal vez en algo. Todo ello ocurrió ante la mirada de tótems como Cayetana Álvarez de Toledo o Vox —cabría preguntarles cómo leen esos guiños al partido con sede en Waterloo—.
Feijóo no es un amateur en la alta dirección del PP, como sí lo era Pablo Casado. No necesita ser aprobado por las facciones más duras de la derecha. Lo que Feijóo necesita es encontrar su propia legitimidad como aspirante a presidir España. Y la realidad es que quienes le acompañaron en la manifestación contra la amnistía en la plaza de Felipe II le dejan aislado. Es decir, esa derecha de altavoces madrileños y visión tan centralista que impide al líder más regionalista que ha tenido el PP contar con socios nacionalistas catalanes o vascos. El propio Feijóo parafraseó a Manuel Fraga: “Mi forma de ser español es ser gallego”, en un intento de enmendar el giro intransigente, ese que la derecha lleva alimentando desde hace años y que en su investidura le ha devorado.
Así que esta legislatura supone una oportunidad para el PP para acercarse al PNV o a la llamada pos-Convergència. Los discursos del líder gallego, cuestionando si el electorado de dichos partidos acepta que Podemos gestione la política económica, abundan en esa idea. Feijóo sabe que hay mayoría de derechas en la Cámara, algo que hace más paradójico su fracaso, aunque para poder acercarse a la España periférica desde el PP harían falta dos requisitos mínimos: que Vox descienda a la irrelevancia parlamentaria y que Junts deje de ser el partido del 1 de octubre. Lo primero cuenta con la ayuda de algunos de sus altavoces, que han empezado a dar a la ultraderecha por amortizada, tras ver el boquete que le hace al PP frente a los nacionalistas vascos. Lo segundo depende en buena medida de la amnistía de Pedro Sánchez.
A fin de cuentas, ¿de qué forma podría disolverse Junts, como se ha entendido hasta ahora, si no es reseteando el conflicto catalán, es decir, mediante el perdón al procés? No es cierto que Puigdemont lidere un partido de derechas al uso, como la vieja CiU —aúna, además, tics populistas y de izquierdas—, pero sí es verdad que su mayor problema con el PP es nominal: sus votantes no olvidan las cargas policiales durante el referéndum ilegal o las consecuencias penales de aquella jornada.
El caso es que la crispación territorial dejará de rentarle pronto a la derecha como movilizador de voto. En el momento más álgido del antisanchismo, como fue el 23-J, el PP y Vox se quedaron a las puertas de gobernar. A los populares les convendrá moverse de la estrategia de confrontación a la del entendimiento tácito con el soberanismo, a medida que Vox decaiga. No cabe el optimismo o demasiadas esperanzas sobre un Majestic 2.0, pero tampoco resulta descabellado pensar que el tablero político cambiará en unos años, pese a que, como el PSOE, ellos tampoco estén dispuestos a pactar un referéndum.
Y quizás Feijóo haya empezado a allanar el terreno para una pantalla de posprocés, una especie de quimera sobre volver a pactar algún día con el nacionalismo vasco y un Junts nuevo o transformado. A quien eso le repele, que es la derecha ultramontana, peleará para no ponérselo nada fácil. Y quienes sueñan con ello en Génova 13 es que solo esperan ya que el trabajo sucio se lo haga Sánchez cediendo con la amnistía, el paso necesario —aunque se rasguen las vestiduras y nunca lleguen a asimilarlo—.
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