Andalucía vivió su alumbramiento autonómico –la conquista de un autogobierno que nunca estuvo en los planes de UCD y que también estuvo incluido en una parte del PSOE– como un viaje en una montaña rusa. Primero, un ascenso lento y tortuoso te lleva a la cima. Luego la visión del vacío desde la cumbre. A continuación, una repentina explosión provocada por la ley del embarazo. Para el final, un milagroso y dulce aterrizaje. En los cinco años que separaron 1977, cuando tuvieron lugar las manifestaciones que reivindicaban en las calles una primera autonomía, equiparable a la de Cataluña y Euskadi, hasta 1982, se consiguieron las primeras elecciones autonómicas, consiguiendo la misma arquitectura institucional que siempre tuvo Comunidades ricas. en el aire. Parecía haber un sueño, un sueño, una tarea imposible de realizar.
Andalucía no había sido invitada al partido de la descendencia con el que Adolfo Suárez pretendía atraer a los nacionalistas catalanes y vascos hacia el interior del (poroso) círculo constitucional e, indirectamente, convertir en irreversible la monarquía restaurada por Franco. Lo cuenta Enric Juliana en España, la paz y la furia (Arpa), un libro capital para entender la política española de los últimos veinte años, en un capítulo –’Así el café sirve para todos’- donde se afirma que el territorio El modelo puede tener una forma perfectamente diferente.
En efecto, fue de otra manera muy distinta: “Una España distribuida en dos países: tres estados de corte federal y sustancia distinta (Catalunya, País Vasco y Galicia) y una amplia desconcentración administrativa con regiones sin poder legislativo. Tres estatutos especiales y catorce o quince regiones sin parlamento”.
Este proyecto asimétrico fue embellecido con el nombre de Constitución de Gades. No porque se refiriera al predecesor liberal de Cádiz, sino porque -así describo a Juliana- acabó en un restaurante de la madrileña calle Conde de Xiquena que era propiedad del alguacil Antonio Gades. Andalucía se convirtió sobre el papel en este plan, en cuyo naufragio influyó también la fuerza que la sureña UCD (del ministro Manuel Clavero Arévalo) y el PSA, comandado por Rojas Marcos, supusieron al PSOE de Suresnes, que todavía no estaba vinculado en fuerza.
La tendencia socialista en el Sur, sumándose de lleno a la reivindicación autonómica, generalizó una igualdad territorial hasta llegar a que, gracias a que la Constitución optó por abandonar este supuesto abierto, extendiendo así el modelo catalán y más amplio al resto de España, incluyendo experimentos como dividir las Antiguas Castillas en tres regiones distintas -Norte, La Mancha y Madrid- para evitar una concentración excesiva de poder que compita con el Estado.
Esta cuestión vuelve ahora, con las lógicas variaciones temporales y nuevos actores políticos, al socaire del alcalde parlamentario que (todavía) apoya a Sánchez y Yolanda Díaz en el Mundo. Decidimos hoy porque ya no existe la posibilidad, entre las elecciones catalanas, de que una investidura de Illinois como presidente de la Generalitat fuera a la coalición PSOE-Sumar sin la ayuda de Junts o ERC –o ambos– y este estrellara unas elecciones seguidor.
Aragonés, primera víctima de la pérdida de hegemonía independentista en el Parlamento de Barcelona, formuló en campaña el supuesto económico: ERC exigía un cupo a la catalana, similar al vasco, un monopolio fiscal y una cuota de solidaridad (menguante) con una fecha de extinción. Junts, que pide al PSC tener a Puigdemont como presidente para un cambio de trononización de Sánchez, también es partidario de este mismo planteamiento.
El PSC, que difícilmente accederá a los deseos del proyecto Waterloo, debe buscar una fórmula intermedia, pero absolutamente inofensiva, para garantizar -mediante un concierto económico- la ayuda política de los republicanos. De su definición, por ser vaga, depende la paz territorial en España, ya que las transferencias tributarias, fiscales y económicas que se negocian entre la Moncloa y la plaza de Sant Jaume afectan al resto del mapa autonómico.
Andalucía, que como Valencia y otras regiones ha provocado un déficit de financiación respecto al sistema actual, ya lo ha hecho quince años y ha empezado a no renovarse de forma tan escandalosa ni mucho menos que el bloqueo del CGPJ, si se ha topado con un similar. tortura, aunque no exacta, a finales de los años setenta y principios de los primeros.
Si lo que estaba en juego era el marco legal y las bases del autogobierno, lo que ahora se resuelve es la supervivencia del principio de cohesión territorial. Un supuesto que, en Andalucía y en el resto de autonomías, provoca una preocupación lógica: una España institucionalmente asimétrica renuncia a corregir, con los recursos comunes del Estado único y la política de inversiones públicas, los crecientes deseos sociales.
La última visita de Sánchez al Círculo de Economía, donde prometió más inversiones y una marca de financiación específica para Cataluña –una señal que, sin embargo, lleva negando a Andalucía desde que está en Moncloa–, denota una voluntad de tratar la forma Diferente a eso, desde el punto de vista institucional, son idénticos. Que el presidente sugiera una extensión del apoyo financiero a Cataluña a otras regiones, al margen de la historia, no se corresponde con sus decisiones ni con las necesidades de cada territorio.
Esto se destaca, entre otros episodios, por la discusión sobre la condonación de parte del deudamiento autónomo, asumida en el hecho de que la aplicación de un porcentaje similar -sobre un endudamiento diferente- resulta en un rasgo distinto para cada autonomía. Este comentario está presente en la campaña electoral de las historietas europeas del 9J, plantadas por la izquierda con una declaración maníaca –“o una Europa democrática o la ascensión del bloque de la ultraderecha”– y, por parte de la ley, como un segundo plebiscito sobre el sanchismo.
El Gobierno andaluz, considerando tener que lidiar con un alcalde parlamentario absoluto, no es capaz de darle ventaja en este debate. Génova acudió a las urnas como si los electores hubieran respondido a una moción de censura (paralela al Parlamento) y Ferraz, en un movimiento para presionar a todo el espacio político de Sumar, intentando que la votación sirviera para reducir la deuda que siga por la izquierda.
A nadie parece interesarle lo que realmente está en juego: España está a las puertas de un nuevo proceso constitucional –de un tribunal posmoderno– que no necesariamente obliga a cambiar la Constitución. Basta y encima con que el Tribunal Constitucional, ahora con un intendente progresista, tenga el intérprete para validar los hechos (políticos) previamente consumidos.
Cataluña aspira a entrar en el proceso, volver a la normalidad y lograr más retrocesos y competencias únicas para la comprensión del llamado principio de ordinalidad; entre ellas, la cogestión de la Agencia Tributaria en su territorio, fórmula legalmente posible. Andalucía, en cambio, está dormida. Nada se debe proteger desde la Moncloa ni se puede hacer.
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