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El precio de un acuerdo, por Lola García

El precio de un acuerdo, por Lola García

El foco está puesto en las exigencias de Carles Puigdemont. Él es quien tiene la sartén por el mango para decidir la investidura o no de Pedro Sánchez. La oposición da por hecho que el socialista claudicará ante todas sus demandas, dado que ya estudia la viabilidad de una amnistía para los encausados independentistas. Pero Sánchez también tiene límites a la hora de pactar con Puigdemont y la renuncia a la unilateralidad se va a convertir en uno de los principales escollos para lograr un acuerdo.

Durante el procés se produjo una disociación entre lo que sostenían los dirigentes independentistas en público y en privado. A ERC le costó desprenderse de la retórica inflamada de épica de aquellos años, hasta el punto de no atreverse a reivindicar los indultos durante mucho tiempo por temor a que se les reprochara falta de ambición independentista. Si el giro pragmático fue difícil con ERC, aún lo es más con Puigdemont. ¿Puede Sánchez ceder a la reclamación de una amnistía sin que el expresident deje claro que lo ocurrido en 2017 no se va a repetir?

La Moncloa plantea una “reconciliación” enmarcada en un pacto político

La “reconciliación” que pregona la Moncloa, para que sea tal, debe concernir a las dos partes. Sánchez propondrá un pacto político que garantice que el independentismo se ceñirá a la legalidad, mientras que Puigdemont persigue un “acuerdo histórico” basado en un referéndum que incluya la opción de la independencia. También el PNV plantea un pacto territorial a partir de una reinterpretación de la Constitución. (El viaje de los peneuvistas Andoni Ortuzar y Joseba Aurrekoetxea a Waterloo no es menor. El PNV cesó la relación con Puigdemont en el 2017 y la recupera ahora que muestra intención de participar en la política española).

Los indultos fueron aceptados por la sociedad porque la mayoría consideró suficientes los cuatro años de prisión que cumplieron los dirigentes independentistas, con Oriol Junqueras a la cabeza. Pero Puigdemont provoca más animadversión por su beligerancia contra España (esta semana dijo que “está podrida”) y no haber pasado ni por un juicio. Una amnistía será leída además como una enmienda a la totalidad del poder judicial.


Un cartel de Puigdemont en la manifestación de la Diada

Marta Pérez / EFE

Por eso, Sánchez necesita garantías de que Junts contribuirá a la distensión del conflicto catalán. Solo así el PSOE tendrá alguna opción de recuperarse del coste de la investidura. Y Junts no contribuye por ahora a ese escenario.

Puigdemont ha emitido señales contradictorias. Su abogado y persona de confianza, Gonzalo Boye, tuiteó en agosto contra el “purismo político” y subrayó que “la construcción ha de ir apegada a la realidad y a los materiales con los que en cada momento se cuenta”. El expresident, haciendo gala de su capacidad retórica, pronunció una conferencia que tanto puede satisfacer a la Moncloa como a sus seguidores más radicales. Evitó la autodeterminación como condición para la investidura y aludió al marco constitucional, pero insistió en la unilateralidad si no hay un referéndum al acabar la legislatura. Pero esta semana ha sido más visceral al reaccionar a la condena del exconseller de Interior Miquel Buch por haberle proporcionado escolta en Bélgica: “Las órdenes del rey de ir a por todos nosotros continúan intactas. Si no han entendido por qué razón no renunciaremos nunca a la unilateralidad y a la independencia, y por qué desconfiamos del Estado español, aquí tienen una de las muchas que tenemos acumuladas”. Con manifestaciones como esta, Sánchez va a tener muchos problemas para convencer a los suyos y explicar un eventual acuerdo. Lo preocupante para él no es el rechazo del PP ni las gruesas admoniciones de Aznar sobre la ruptura de España, sino lo que él mismo y el PSOE han defendido: que no habría amnistía y que Puigdemont solo volvería si se presentaba ante la justicia. Conseguir que Junts asuma el desgaste de renunciar a postulados maximalistas no va a ser fácil. Todo pacto tiene un precio. Para las dos partes.

By Angel Whiteman

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