“Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”, escribió el filósofo Jorge de Santayana (1863-1952) –que se ha vulgarizado como “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”–, y si hubiera sido testigo de la campaña electoral y las elecciones del pasado día 23, las hubiera puesto como ejemplo. El PP y demás compañeros mártires no han recordado las experiencias electorales de 1993 y 1996 y, en consecuencia, han resultado condenados a repetir aquellos amargos calvarios.
Entonces, todo valía para “derogar” el felipismo, como hoy el sanchismo y, en las tres ocasiones, la ciudadanía ha decidido que lo derogable era esa manera de hacer política. Estos días, los analistas habituales han subrayado que el PP ha ganado las elecciones de manera contundente “cuando no ha practicado la estrategia de la crispación” (Ignacio Sánchez-Cuenca). La primera vez que el PP accedió al gobierno fue en las elecciones de 1996 y lo hizo por un escaso 1,16%, pero que le otorgó 15 diputados más y le permitió recabar el apoyo de los hoy demonizados nacionalistas catalanes y vascos. En 2000, el buen desarrollo de la primera legislatura de Aznar, así como la crisis posfelipista del PSOE, le valió al PP disfrutar de su primera mayoría absoluta.
Todo es muy parecido: Aznar llegó a la presidencia del partido tras un golpe palaciego contra Antonio Hernández Mancha, el Juan Pablo I del PP, y Feijóo lo es por el mismo método neodemocrático o democráticorgánico en el que la víctima fue Pablo Casado. Entonces y hoy, la prensa y los periodistas pitufos –por azules– fueron armas de destrucción masiva de la tarea y de la imagen política y personal del oponente: El Mundo dirigido por Pedro J. Ramírez se se apresuró a recordarle a Aznar, al día siguiente de las elecciones, que la victoria también era achacable “a la labor de algunos medios de comunicación” (editorial del 04/03/96) y el ABC dirigido por Luis María Ansón (o Anson) iba incluso más allá y mediante portada, editorial e ‘información’ –dicho sea con énfasis pero sin ánimo ofensivo–, reivindicaba alto y claro que los medios “ABC, la Cope y El Mundo y los periodistas Gutiérrez y Carrascal, entre otros, han sido causa principal del desprestigio de González”, quien, de no haber sido por ellos, “hubiese ganado las elecciones, como venció en 1993” y si los periodistas independientes “hubieran dispuesto de un canal de TV, Aznar se hubiera instalado en la frontera de la mayoría absoluta” (20/03/96.)
Como si dijeran: ya lo sabes, ‘Josémari’, si quieres mayoría absoluta para la próxima, prepáranos emisora de televisión. A José García Abad, editor de El Nuevo Lunes y tertuliano de ‘Hora 25’ no le sorprendió en absoluto: se trata de “pasar factura por los servicios prestados”(Ser, 19/03/96). O sea, ¿qué hay de lo mío? A González le buscaron incluso una hija centroamericana como a Sánchez lo han perseguido con el bulo transfóbico contra su esposa y reducido al mundo zoológico, Perro Sanxe.
Hoy como ayer, quien no se haya tomado la molesta molestia de leerse el programa electoral del PP de Feijóo, o sea, el 99’999% de los electores, no le habrá oído –yo no, desde luego– ni una sola propuesta constructiva de gobierno. Las elecciones de 1993 y 1996 eran tiempos de lo que sea, todo, cualquiera…, menos González, del “Váyase, señor González”, repetitivo y aburrido mantra de Aznar. Hoy, todo son derogaciones, destrucción, pasos atrás, mentiras –si no peor: ignorancia– e insultos, muchos insultos, sólo insultos. De modo que, ¿a quién le extraña que hayan salido txapotes hasta de debajo de las piedras y hayan vencido la molicie de la abstención para pararle los pies a un candidato inane, de escaso nivel intelectual, pasado poco presentable internacionalmente y, habida cuenta del amparo prestado a eslóganes e injurias denigrantes, de dudosa moral?
Victorias pírricas
Si en el siglo pasado la ventaja fue de un 1,16%, el 23-J ascendió a un también insuficiente 1,35%. Las victorias del PP han sido, pues, pírricas tanto antes como ahora, en las tres acepciones de pírrico: 1: “Dicho de un triunfo o de una victoria: Obtenidos con más daño del vencedor que del vencido”; 2:“Conseguido con mucho trabajo o por un margen muy pequeño.” y 3: “De poco valor o insuficiente, especialmente en proporción al esfuerzo realizado” (DRAE). Y tuvieron similares efectos colaterales: en 1996, Pujol pasó de ser un enano alopécico que tenía que hablar castellano a ser un espigado pivot de melenas doradas al viento y Aznar, de líder Superschwarzeneger a muchachito de Valladolid que, para hacerse el simpático, hablaba catalán en la intimidad; por el mismo fenómeno, el presidente Sánchez ha pasado en un santiamén de ser un perro derogable a “un político de Estado” para un Feijóo milagrosamente dialogante.
Y es que las encuestas eran otra arma de destrucción masiva. El sociólogo Amando de Miguel, propietario de la empresa de encuestas Tábula V pronosticó en 1966 que Aznar le sacaría más de un 13’0% de votos a González. Acertó con exactitud, pero se le trastabilló la coma: el PP apenas logró una diferencia del 1’3 por ciento, unos trescientos mil votos. Y como a Carlos Malo de Molina, fundador de Sigma Dos, le parecía poco para los méritos del candidato, elevó el pronóstico por encima del 16%.
Ramón Tamames, que ya era ultracentrista en 1996, explicó por qué Aznar no logró la soñada mayoría absoluta: en Andalucía votaron PSOE mayoritariamente “porque no tienen ganas de trabajar”, pero como compraba en MediaMarkt avant la lettre, cuando Julia Navarro le hizo observar que también el voto socialista era mayoritario en Cataluña, ‘reflexionó’: “en Cataluña el problema es mucho más complicado…: en Cataluña hay mucha población obrera… No voy a poner en duda que los catalanes son laboriosos” (Cope, Mesa de Trabajo, 04/03/96).
La Tábula V –que en el mundillo profesional apodaban ‘Fábula Who’– pasó a mejor vida, pero Sigma Dos sigue en sus trece y si hace cuatro meses pronosticaba para El Mundo que la mayoría absoluta PP-Vox era imparable, incluso le sobrarían seis diputados, la última, del 17 de julio pasado para el mismo periódico, aunque no era tan optimista seguía confiando en la mayoría absoluta en las horquillas altas de las derechas, mientras sumía al PSOE de Pedro Sánchez a una distancia de 7,4 puntos y 110 diputados como mucho…
Hoy, los analistas son menos cerriles y más sensatos: “Las encuestadoras no son tan independientes como deberían ser; tienen afinidades y los partidos saben cuál es su encuestadora más afín, lo que les hace perder independencia”, razona Marta García Aller. Añadamos en tándem con las empresas de encuesta, las servidumbres partidarias de una gran parte de los medios de comunicación.
Razonable quien lo sea, claro. Porque Francisco Marhuenda, director de La Razón, se quejaba en la tertulia matinal de Onda Cero de que “el problema del PP es que no ha sido capaz de detectar que Sánchez ha hecho una campaña muy hábil del miedo a Vox, los fascismos y la ultraderecha. Unas cosas absolutamente disparatadas, pero eso funciona” (‘Más de uno’, Onda Cero 24/07/23). ¿Disparatadas?: la guadaña del machote Abascal, de Vox, caricatura de la del PP, que prometía terminar, no ya con el aborto, la eutanasia y otros pecados sino hasta con la Agencia Estatal de Meteorología y los juzgados de violencia sobre la mujer, la ejerce con su incultura de la cancelación, prohibiciones, censuras…, allí donde ha metido la patita en el poder, deben de ser peanuts para el periodista.
Y es que la demoscopia “no es una ciencia, aunque manejen fórmulas y números”, concluía Marhuenda, y, en la misma tertulia de la emisora de editorial Planeta, el sociólogo Ignacio Varela, que fue del PSOE y se embarró en las tarjetas black de CajaMadrid, lo formuló de manera ‘científica’: “un espejismo demoscópico” que afectó al PP y daba por hecho la coalición PP-Vox. O sea, un gobierno Francostein, digamos en burla del gobierno Frankenstein con que el “analista y consultor político” y muchos como él han tildado el del PSOE con Podemos.
Los atravesadores de desiertos saben que el oasis que divisan en el horizonte no es sino la reverberación del sol en la sílice de la arena. Pero nada es interminable: al fondo, en el horizonte 2027, se divisa otro oasis.