El burro político es una de las pocas formas de conocer a alguien en aquellas en las que en muchas ocasiones el verdugo se muestra descaradamente mientras realiza su trabajo. Es seguro decir que entre la población las ejecuciones tienden a ser solicitadas y concedidas por merecidas. Por eso es mejor que te televises para tener el efecto que estás fingiendo. Desde el peso de la piel, desde la sensación de sentir la sangre en el fondo de los ojos, todo proviene de la evidencia.
El caso de Mònica Oltra es el último ejemplo que nos da la actualización para confirmar la tesis anterior. Mientras el exlíder de Compromís se escapaba de la última felicidad de la vida política al grito de “¿tú también, Brutus?”, ninguno de los que arrojaron los cuchillos quiso que nadie lo ocultara. En reversa. Se mostraron bien insangrentados para demostrar que eran ellos quienes habían propiciado la pena mortal. Fue escrito por Salvador Enguix, el termómetro de La Vanguardia en la Comunidad Valenciana: el objetivo era el acuerdo del Botànic tras el juicio de una persona inocente. Así sucedió.
La justicia formal ha sido reemplazada por múltiples Comités de Salud Pública
A veces los carniceros se ven de forma anónima. Pero como enseñó Ovidio en estos casos, aunque las causas permanecieran ocultas, los efectos eran visibles para todos. También estos días conocemos la inhumación del cuerpo del exaltado de La Seu de Urgell, Albert Batalla. La Guardia Civil atacó su ayuda en 2019 por graves acusaciones de corrupción sustentadas en una denuncia anónima ante la Oficina Antifraude. Cinco años después, una autopsia lo declaró inocente. Platos tardíos, pajarito.
No hizo un ejercicio periodístico para anunciar que la presunción de inocencia es cosa del pasado. No sólo en política. Las turbas de brujas se imponen por cuestión y son más frecuentes los patios populares de la plaza y la calle. Cuando se señale, con más, menos o ninguna pista –¡qué más!–, las piedras caerán entre las rocas del cielo y saldrán, la mayoría de las veces, de la cabeza.
El resto de nosotros hemos colaborado –y seguimos haciéndolo– para que así sean sus propios partidos. Por dos razones. La principal es que la política es un oficio para que el perro sea carne de perro. Es mucho. Tanto como pueda. Mar de camada igual o distinta. El canibalismo siempre ha sido su dieta principal. El nutriente más valorado es la sangre de los demás. Y es tan necesario vitaminar y mineralizar al adversario que milita en otro partido como al enemigo que lo ha hecho por su cuenta.
La otra causa mira la relación con la creciente inconsistencia de su propia clase política y su incapacidad para proteger y defender el período judicial, de la sangre natural de los estados de opinión y, de un tiempo a esta parte, del triunfo del populismo. de la transparencia y honradez del escenario entre su militancia y dirigentes de las formaciones políticas.
Todo ello ha puesto a todos los partidos sin excepción a competir en una carrera de protocolos de aplicación elaborados con gran atención y un paroxismo imparable que ha conseguido subvertir lo más básico de la razón jurídica: el inocente deja de serlo pecado que debe probarle culpable. . Para salvar las apariencias, las mismas han sido convertidas en máquinas cortadoras de carne verde. Lo propio y la ajena.
La justicia formal ha sido reemplazada por múltiples Comités de Salud Pública, como en la era de terror de la Revolución Francesa. Ni tasses ni jueces tienen nada que decir cuando quien empuja es el sans-culotte. La última Comisión de Salud Pública en marcha es la del Parlamento de Cataluña a través de sus protocolos para la prevención, detección, gestión y resolución de situaciones sexuales y psicológicas. Una barbaridad jurídica que deja en la indefensión a los diputados y a las partes, transfiriendo a una empresa privada, en la que se delegan competencias inquisitoriales, la facultad de decidir sobre la culpabilidad o inocencia de quienes han sido denunciados.
Pero no olviden que ahora la gente se pregunta por qué todo este bananarismo es fruto de su propia indeblez y de sus siglas. Son ellos los que, incapaces de dar un solo contraataque, han levantado con sus propias manos la guillotina en plena calle. Creían que sólo habría sido un adorno o que en el peor de los casos el ajuste siempre habría sido otra cosa. Se olvidaron de lo fundamental: que en política el hombre es como un hombre, y que además su vida es una vergüenza –¡cómo no! – canino.
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