Tres personas con patinetes eléctricos se presentaron este martes en el acceso a la estación de tren de Méndez Álvaro en Madrid pasadas las 6.00 horas para acudir a trabajar. Pasaron la curva, pero no protestaron cuando el guardia de seguridad les dijo que con el coche no podían sufrir la carreta. En la puerta se veía claramente el cartel informativo: «A partir de ahora queda prohibido introducir estos vehículos en la red de Cercanías». «Dijeron que el viaje fue sin accidentes», explica un par de horas después el guardia de seguridad, que está pasando una mañana tranquila: los transeúntes no han sido llamados y los perjudicados se han ido. “Todo nos cae a nosotros”, se queja un repartidor de alimentos afectado.
La situación es normal durante toda la mañana en las principales estaciones del país durante el primer día en el que las patinetes están prohibidas en todos los trenes de Renfe y Ouigo, el Cercanie pero también los de media distancia, larga distancia y alta velocidad.
En la antigua ciudad de Madrid cabría esperar algún gesto de contratación, por lo que se trata de una estación intermodal que da acceso a la red de transporte a un importante intercambio de población del sur de Madrid sin buscar alternativas. Pero los vecinos sólo saben que la Comunidad de Madrid prohibirá el acceso a la línea de metro a partir del 4 de noviembre, y el Ayuntamiento podrá hacerlo con los autobuses urbanos.
«Entré a las 7.00 horas y, desde el principio, estuve allí», escucha otro vigilante de seguridad de la estación de Sol, que ha recuperado esta semana cierta normalidad en el tráfico entre las aglomeraciones del puente. Al final del martes, los turistas pueden caminar con cierta alegría. «La gente estaba entretenida. Yo los paré», corrobora otro trabajador de seguridad en la principal estación de la ciudad, la de Atocha. En los nuevos ministerios, entre los más concurrentes, pronto parecieron despreciados. «Cómo está asesorando Renfe y los medios de comunicación…», explica aquí. Lo mismo ocurre en Chamartín, donde los desvíos provocados por las obras de renovación confunden a los viajeros no habituales. “Hasta ahora nada”, certifica otro trabajador.
Luis Carlos Rivas tiene 35 años y está listo para comer sobre el hielo. Después de un mes, tus gastos de gas serán de 150 euros al mes. Vive en Alcorcón y pagó 300 euros por una casa. El diario cogía el tren de Cercanías para viajar a Madrid, pero ante la prohibición decidió circular por el interior de la M-30. Ahora comparte estudio con un socio por el que paga 450 euros en el barrio de Cuatro Caminos. En la glorieta del mismo nombre es habitual ver a los repartidores esperando los pedidos, y en esta Edad Media eran diversas las personas que intercambiaban impresiones y anécdotas sobre la prohibición. Rivas, originario de Colombia, es de los más estoicos. «Nos pasa de todo. El mal tiempo, las quejas de la gente. Pero así es la vida de los migrantes, aquí llegamos a la guerra».
En la plaza está Mohamed, un chico de Parla que vino a diario con el skate hasta Nuevos Ministerios y ahora se ha comido la carne de su moto. U otro acompañante, que haya conseguido plaza en un garaje de la calle Ponzano por 30 euros y pueda dejar el vehículo. Una choza, todos los días. Otros, como Gustavo Escalona, de 23 años, dijeron que la prohibición era demasiado amplia. Yo creo que si algunos patinetes han explotado es porque se les han puesto pilas extra y hay modelos genéricos seguros que no tendrán dificultad para ver. Pero la capacidad de presidir el colectivo, aunque ahora la ley obliga a las empresas a celebrar contratos laborales, está muy extendida.
Quienes como Rivas han decidido cambiar no van a poder aprovechar el tiempo que dedican al traslado de trabajo, porque el sector trabaja en picos de actividad que coinciden con los horarios de llegada, no con los de apertura. «Ahora era un periodo de mucha demanda, pero nos vemos en la casa de al lado», explica. Aun así, sudaba tanto que se había descartado en el tren, al igual que Miller Angulo, de 28 años. La verdad pesa mucho. Si no tengo batería, prefiero levantarla arrastrando”.
Desde el principio los patinadores también han desaparecido de la imagen habitual de un puesto de búsqueda como la Virgen del Rocío o la Santa Justa de Sevilla.
Quienes utilizan este servicio están acostumbrados a ver a los usuarios equipados con sus electrodomésticos porque les acostumbran a ganar tiempo en su almacenamiento diario. Sin embargo, tanto el personal de seguridad de la estación como viajeros frecuentes como Débora han constatado desde la mañana la ausencia de estos vehículos: «No he visto a nadie», comenta sorprendido mientras mira a la taquilla con la dirección del Centro de conferencias. Aunque no se considera afectada por no utilizar este tipo de transporte eléctrico, empatiza con aquellas «personas que lo utilizan a diario porque se sienten más cómodas con el trabajo» y que, apostilla, «están acostumbradas a estar respetuoso».
Entre ellos conocemos a Marcia, que cada día realiza dos o tres viajes a los alrededores de Guadajoz, a su gente y a la capital, donde trabaja. Con la nueva normativa, Marcia es de las pocas personas que ya entran en la estación con su patinete eléctrico –»mis pies y mis manos»– y sienten que esperan el tren. Al contarle la noticia exclama: «Ay, no me digas eso». Y se pregunta: «¿Ahora qué hago?». Se declara «muy molesta» porque gracias a este vehículo tiene «mucho tiempo» para ir a trabajar y volver a casa.
Uno de los mecánicos de Renfe en la ciudad española asegura que tiene la constancia de haber provocado numerosos accidentes debido a que las baterías de este tipo de vehículos eléctricos «se calientan muy rápido».
Además del riesgo de incendio que corren los scooters, este mecánico celebra que si ha regulado su acceso a los trenes porque, afirma antes de subir al convoy, «ahora pretende, si se forma un caos», ocupar el espacio destinado a personas con movilidad reducida o introducir el pase de los viajeros. Por eso Santiago se muestra favorable al veto de los patinadores en los trenes: «Me parece bien porque hay gente que no tiene conciencia y dificultan el paso y ocupan mucho espacio», expresión este joven que defiende que «los trenes son para los pasajeros». Por otro lado, su amigo Rafa cree a las puertas de la estación de Santa Justa que «la distancia media no les molesta tanto porque los dejan al lado de los baños», pero Santiago continúa que «los registros son un problema». .