Premio Gordo al líder judío de Salvador Illa. Ni una mala palabra ni una buena acción, dice de él con equívoca maldición el candidato popular, Alejandro Fernández. El tarraconense olvida que no alzar la voz y no volver al insulto para mitinear ha convertido al líder del PSC en un revolucionario paciente. Illa es como el ibuprofeno, un genérico que no requiere color marketing para conseguir que el resocoso lo suministre en la farmacia cuando el jefe lo instale. Y este fue el caso del jefe catalán que pasó una década sin ingerir un grano de ratafía simbólica.
Habiendo hecho feliz al campeón, independientemente de quién esté investido o no, es justificable hacerlo con el gran líder y destacado presidente, Pere Aragonès. Sus políticas son sólo jugosas a un lado –buenas, malas, regulares–, pero se le atribuye haber frenado el declive debido a que la institución que ahora representa al acceder a la carga se ha disuelto. La presidencia exige un mínimo de saber estar, y Aragonès lo ha proporcionado. Su despedida también fue elevada. No por marcharse, así que ya no tenía remedio, sino hacer su juego con la asunción natural de la responsabilidad en primera persona y sin el riesgo de la relación que siempre acompaña a alguien que camina, convencido de lo que es el mundo, vaya usted a saber. ¿Por qué está en deuda con él?
Ir a la vista de las amortizaciones de los principales paneles de ERC ya completadas
Contrasta la actitud de Aragonès con la de Oriol Junqueras, más proclive a creer que el sol no le ama hasta que se revela. El presidente republicano ha retrasado un kilómetro -en el cargo desde 2011- en sacarse incluso los pesos de la responsabilidad del triple descalabro de ERC en el ámbito municipal, general y ahora autonómico. El líder de ERC definió su proyecto político como «junquerismo es amor». Pero ahora correré el riesgo, si fuera a la carga, de que la frase debía completarse así: “Junquerismo es amor hacia un mismo”. Al final, parece que ha tomado -aunque no es un argumento definitivo- la decisión más acorde con la dimensión de su partido y abandonará sus responsabilidades. Reconozcamos su rapidez y agilidad en ERC tras lo que las urnas han gritado a sus directivos. El ciclo Junqueras-Rovira ha sido un capítulo perfecto: de los 21 diputados de 2012 a los 20 de 2024. Lo que ha pasado en esta historia es una que consumo.
Carles Puigdemont lo hizo mejor, pero no lo suficiente como para no sacar conclusiones similares. Fomentando al máximo la narrativa personal del regreso, al que había que ayudar con el masismo y el pujolismo tanto tiempo despreciados en Waterloo, el resultado final son 100.000 papeletas y tres fugas más en su zurrón. Una mejor posición que ERC en todos los aspectos para afrontar la transición del partido y adaptarse a la nueva realidad política que se ha abierto en Cataluña. Pero los jugadores también se ven obligados a imaginarse en manos de nuevos pilotos para que su proyecto sea creíble. El mesianismo puigdemontista, sumado al esfuerzo por recuperar el programa sectorial del PDECat al que tres años escupía a la cara, permitió salvar el mobiliario básico. Se puede conformarse con esto cuando sólo unos meses antes se imaginaba en completa pobreza y ahora observa con satisfacción que la casa en la que se produjo el terremoto entretanto no es suya, sino la de su vecino republicano. Pero sé que hay alguien más necesario que tú, sólo que menos menstruante.
Salvador Illa en la sede del PSC la jornada electoral del 12-M
La inversión de Salvador Illa requerirá una pausa larga y profunda. Europa y la mesa política española, con el fantasma de unas generalis siempre a la vista, también forman parte de los ingredientes. Pero es la única presidencia de la Generalitat viable con los resultados del domingo. La doble carambola que exigía a Puigdemont volver a la carga sin alcalde absoluto, una operación tan legítima como cabezudamente Numantina, exigía la primera condición en la que ERC pudiera cojeando, no sobre una silla de ruedas. Y en segundo lugar, la carrera entre Illa y Puigdemont se decidió a favor del primero, pero al sprint y no con tanta distancia del medio.
No volveremos a saber cuándo seremos presidente. Pero sí, la certeza de que los proveedores de las oficinas de expresidente coinciden en la preparación de las ofertas. Ésa es la apertura de dos golpes de estado. En Cataluña no hay mercado más bonito.
Lee también